Los ravioli caseros siempre son una gran receta. Será por el trabajo y la paciencia que lleva su preparación. O por la infinidad de rellenos que se pueden hacer. O por la variedad de salsas con las que se pueden acompañar. O por el placer de descubrir en el primer bocado la explosión de sabor que se encuentra dentro. Sea por lo que sea, una cosa es cierta: los ravioli son un primer plato ideal para presumir en ocasiones especiales, desde la comida del domingo con la familia hasta para un lujoso menú de fiesta.
Estos ravioli caseros los hemos rellenado con una mezcla de hinojo y champiñones portobello, a los que hemos añadido un poco de requesón para hacer la mezcla más cremosa. Y la salsa la hemos preparado con tomates secos y nueces. Ingredientes que puedes encontrar en nuestra tienda de alimentación ecológica.
Hemos preparado esta receta de pasta casera con una máquina para hacer pasta y el correspondiente accesorio para ravioli. Pero si no tienes una máquina puedes hacer pasta rellena igualmente, sólo te hará falta un rodillo y fuerza para aplanar la masa. Después la cortas en círculos con un vaso estrecho, añades una cucharadita de relleno y la cierras en forma de medias lunas.
Añade harina a la encimera, y amasa de manera enérgica, hasta obtener una masa elástica pero no pringosa. Si está muy seca, añádele agua; si está pringosa, harina. Si es la primera vez que haces masa para pasta te doy un truco: yo sé que tengo la masa a punto cuando me recuerda a la textura de la plastilina, es lisa y es blandita pero no se te pega en las manos. Y un consejo que venía con las instrucciones de la máquina: "¡no use huevos fríos recién sacados del frigorífico!".
Monta la caja del relleno, añádelo, y comienza a girar, apretando el relleno con una cuchara o añadiendo más si es necesario. En este enlace hay un vídeo en el que se ve muy bien el proceso.
Con la misma masa podemos preparar otros rellenos: de espinacas, de berenjenas con miel y requesón, de pera y gorgonzola, de patata...
Si quieres, puedes congelar los ravioli, poniéndolos primero en el congelador estirados sobre una bandeja, para evitar que se peguen. Cuando estén duros, ya los puedes juntar en otro recipiente cerrado. Cuando los vayas a preparar, puedes añadirlos congelados en el agua hirviendo.